Esos chiquillos me hacían acordar ciertos momentos que creía estaban
sepultados en el tiempo; uno, incluso, tenía los ojos muy parecidos al color
otoño del genio de la música que compartió aquellas aulas roídas conmigo.
Discernían en que el niño del presente no hacía lo que quería, no aspiraba a
nada; y, como todos decían Fermín hacía lo que solía brotar de él, y era un
maestro en ello; aunque en algunos casos un tanto haragán. Él, con su filosofía
y su forma de ser tan destacadamente particular.
Aquella
vez los recuerdos me inundaron y olvidé a la clase por completo, cuando me di
cuenta todos mis alumnos me miraban divertidos.
Ella,
la pequeña pelirroja preguntó:
-¿En qué pensaba profe?- y, sin pensarlo
realmente, siendo un auténtico acto esporádico, dije:
-Yo fui al colegio con Fermín-
Y
reímos los veinticinco alumnos y la maestra a la vez.
Claro,
ellos no sabían quién era él; pero, mi mente quedó años atrás, recordando la
sonrisa de cada uno de mis compañeros y amigos, y sus pequeñas cualidades que
los hacía y, seguramente, hacen las personas maravillosas que son y serán para
mí, siempre