viernes, 7 de agosto de 2015

En mi mente

 Abro la puerta de roble, dejo las llaves en el recipiente de metal que reside en la mesa victoriana a mi izquierda, cuelgo el saco en el guardarropa y dejo la entrada a mi espalda. Reviso el contestador, no hay ningún mensaje; cruzo el comedor, quiero tomar agua, me sirvo en un vaso de vidrio azulado y bebo hasta saciarme; tomo una manzana de la barra.
 Enciendo el televisor y sintonizo el canal de noticias: asesinatos, robos… Apago. Prendo el equipo de música y escucho Beethoven. Me saco los zapatos mientras subo loas escaleras con la manzana en la boca. Enciendo las luces de la biblioteca, de la terraza y mi habitación, apoyo la manzana en un estante vacío; me quito la camisa y la pollera, extraigo del placar mi pijama de hilo.
 Camino descalza por el piso de madera, busco mi manzana y la muerdo.
 Salgo al balcón, a la noche fría y estrellada; el viento sopla y me eriza la piel. Termino mi fruta y la arrojo a una maceta. Vuelvo a entrar, bajo las escaleras, apago el equipo de música, las luces; cierro las puertas y ventanas, vuelvo a subir cada escalón alfombrado; voy al baño, me cepillo los dientes, me lavo la cara. Busco un libro en la biblioteca. Apago las luces de la planta alta. Me acurruco en mi cama, leo un par de capítulos, apago el velador también, y duermo.
 Sueño con la manzana, que desaparece antes de la mañana, que se disuelve en la tierra, que vuelve como alimento y vida adonde ella una vez nació.
 Despierto con el atronante sonido del despertador a mi derecha. El sol aún no sale pero siento el calor en mis mejillas. Me desperezo.
 Siento la suave alfombra bajo mis pies descalzos, camino al baño, tomo una ducha cantándole al nuevo día.
 Busco mi blusa de algodón, verde y celeste, el short negro, las ojotas con motivos de colores.
 El día pasa rápidamente, casi no como; solo leo.
 Leo este libro tan fantástico que tomé de la biblioteca la noche pasada. Hace mucho que no lo leía.  Me siento abrumada por todo lo que recuerdo mientras lo leo.
 Me meso levemente entre los árboles frondosos. El viento me llama. Dice mi nombre.
 Es aún temprano, el sol sigue pululando en los cielos infinitos de mil mundos, pero me veo obligada a cerrar, no sin pesar, mi libro.
 Camino nuevamente por el camino de piedras que me guía hacia la casa. Cierro puertas, ventanas y cortinas; apago las luces de planta baja y planta alta, me acobijo en la placentera cama otra vez y me recuesto sin más sobre la mullida almohada de plumas que me hizo mi madre, y duermo.
 Duermo para despertar aquí otra vez, en el mundo horrible del que escapo continuamente, haciendo de cuenta que soy parte de esta realidad.
 Me invade la desesperación, la inseguridad, como siempre, pero me convenzo de haber cerrado la casa.
 Tengo que cerrarla y ocultarla en lo más profundo de mi mente.

 No vaya a ser que alguien la encuentre y estropee mi paz.

lunes, 3 de agosto de 2015

Cáscaras vacías de vida


“Cuando el pasado ya no ilumina el futuro,
 el espíritu camina en la oscuridad.”
Alexis de Tocqueville

Estaba en un edificio antiguo, con baldosas blancas y negras, y paredes de piedra caliza; que tenía cuadros de hombres y mujeres que nadie conocía, ventanales infinitos que miraban al tétrico pantano, escaleras de losa con alfombras color sangre, pasillos silenciosos en los que retumbaba cada paso, un observatorio allí en lo alto, majestuoso, por sobre todos; un camino bordeado de altos y viejos abetos; un portón, allí en la entrada, de negro hierro, que rechinaba; y, una puerta maciza de madera, más vieja que el mismo tiempo.
Solo escuchaba mis pasos, sobre los infinitos pasillos, al mismo compás de mi corazón, agitado. Sabía que en algún lugar en aquella reinante oscuridad estaba siguiéndome sigilosamente.
El respirar me dolía, el miedo y la desesperación me dolían, pero aun así no dolían tanto como mi cuerpo.
Sabía que me estaba exigiendo demasiado, pero mi mente ya había tomado el control, y era únicamente mi fuerza de voluntad la que hacía que me moviera para escapar.
No conocía el lugar, estaba perdida; todo se veía igual, todas las salas, todas las esquinas, no importaba hacia dónde girara. Yo corría, nada más.
Y tropecé.
Me  levanté tambaleando y casi me vuelvo a caer, pero una mano me sostuvo. No reaccioné lo suficientemente rápido y ya no me pude soltar, su mano se cerró muy fuerte en torno a mi muñeca.
Y las lágrimas volvieron.
Intenté con toda mi fuerza quitármelo de encima, pero agarró mi otra mano y la presionó con más fuerza, tanto que oí un chasquido; tardó un segundo en aparecer el nuevo suplicio, pero no grité. Sentía excesivo dolor por todas partes…
Mi cuerpo se retorcía inútilmente, su fuerza era mayor. Traté propinarle un puñetazo en el estómago y logré zafarme, pero el impulso me envió al suelo frío, sentía un mal nuevo y punzante en el lado derecho de mi cabeza, ya no sabía si podría levantarme; percibí un líquido caliente empaparme el rostro, esparciéndose sobre las baldosas debajo de mí.
Estaba sobrepasada, parecía a punto de explotar; mi garganta y mis ojos ardían por el daño, mis músculos no respondían a mis llamados; estaba inmóvil, sudando, con mucho frío, quemándome por dentro.
Quería que él alejara sus ojos horriblemente luminosos de mi visión pero, claramente, quería verme sufrir.
- Hazlo rápido – le dije, sorprendiéndome a mí misma por esas palabras que salieron precipitadas.
-Oh. Por supuesto que no, mi amor.-Me sonrió con su sonrisa afilada y esos ojos profundos, violentos, salvajes y llenos de ira, propios de su naturaleza salvaje.
Y me desperté temblando, sudada y con los ojos llorosos; no quería recordar qué había soñado. No quiero recordarlo todavía hoy. Eran casi las cinco de la mañana de aquel jueves de mayo pero no podía volver a dormir, me aterraba siquiera pensar en volver a sentirme tan desolada… Salí de la cama lo más silenciosa que pude para no despertar a nadie y fui a darme una ducha con la esperanza de que así se calmaran los espasmos. Desafortunadamente esto no funcionó; terminé hecha una bola en la esquina de la bañera, justo debajo del constante chorro de agua caliente, hasta que el calor se fue y el agua fría entumeció mi cuerpo. No era capaz de salir, no podía moverme, y esto no tenía nada que ver con el frío…Sino con esos ojos que están siempre presentes en mi mente, sin mi permiso, sin mi aprobación, consumiéndome, arrastrándome lentamente hacia las profundidades, eternas y malditas.
 Se me hacía difícil respirar, nunca lograba tener suficiente aire y las leves convulsiones de mi cuerpo hacían que todo doliera. Estaba como ida, sin lograr llegar al camino de la racionalidad.
Mi hermana empezó a golpear la puerta, cada vez más fuerte a medida que pasaba el tiempo, hasta que se decidió a entrar por la fuerza. Pude ver con claridad cómo cambió su expresión furiosa por una de pánico cuando me vio; pero yo seguía sin poder hacer nada al respecto. Apenas noté cuando me cubrió con una toalla y apagó el grifo, ¿o fue al revés? Luego imaginé la voz de mi madre y el rose de su mano sobre mi rostro, que levantaba mi mirada a la suya y notaba que yo había perdido mi alma. Pero fue solo mi imaginación, mi madre no estaba, sino que mi hermana pequeña se encontraba arrodillada frente a mí. No podía, a diferencia de otras ocasiones, seguir fingiendo que todo estaba bien; ya era demasiado para mí. Entendí en aquel momento que tenía que sacar todo lo que había guardado a lo largo de los años, de hecho siempre lo había sabido solo que nunca había tenido el valor de derrumbarme ante alguien. Respiré profundamente una, dos, tres veces; alcé mi rostro hacia mi hermana y ella solo asintió, no me dijo nada. Ella no dijo absolutamente nada, miré sus ojos y eran tan viejos, viejos a pesar de que ella era pequeña, viejos como los de alguien que ha vivido un camino complicado, un camino bastante largo o bastante poseado.
-Perdón- le dije –Gracias-. Ella vuelve a asentirme con su cabeza estirada por la colita perfecta que se hace sola cada mañana, y se va, y me deja para que pueda humillarme sola. Entonces me doy cuenta de lo egoísta que he sido siempre, que no soy la única persona que sufrió por ese secuestro. Tal vez, sí, la más afectada; pero no la única.
Me levanto lentamente, tengo las piernas agarrotadas por el frío, que de repente siento; mi piel está arrugada y blanca, me miro al enorme espejo del baño y me doy cuenta de que estoy muy flaca, tanto que los huesos se notan bajo mi translucida piel, mis ojeras son muy profundas y mi cuerpo tiembla todo el tiempo. Me visto despacio, no tengo ninguna prisa, y salgo del baño. Ya amaneció, el sol brilla demasiado para mi gusto pero es reconfortante el calor que brinda cuando me quedo parada bajo su luz; no escucho nada, mi hermana debe de haberse ido al colegio.
 Me doy cuenta que, a pesar de que salió el sol, todo para mí es negro, que reina tal silencio que mis oídos quieren explotar; porque idea tras idea, recuerdo tras recuerdo, pensamientos inconscientes y delirantes recorren mi ser.
Quiero gritar tan fuerte para que todos escuchen lo que siento, mi pena, mi tormento. Vuelven las imágenes…el recuerdo de estar recluida, de cómo me dejó tirada quién sabe dónde esperando la muerte.
 Mis ojos color castaño relampaguean de furia e impotencia, con las pupilas levemente dilatadas diciendo por fin lo que sentía en aquel momento de incapacidad obligada; en aquel momento de silencio turbio y escupido.
Me dejó por muerta.
            Me encontraron.
            Ahora soy solo una cascara vacía, y  ya no sé cómo vivir.