Amistad tan sencilla como el arder del fuego, tan fugaz pero que
quema y cicatriza para siempre.
Esos fogones tan simples, uno junto al otro
hombro con hombro, pasándonos un enorme vaso, cantando al unísono canciones eternas
y repetidas.
Esas personas indispensables.
Esas anécdotas siempre graciosas.
Los comentarios idiotas que jamás faltan y
nosotros que nos reímos y oímos el silencio, volvemos a reír y nos miramos, y
miramos el fuego, y cada uno guarda una imagen de cenizas, de ese calor del
fuego y la vida, del rasguído de las guitarras y las voces con talento, y las
miradas infinitas de la noche extinguida.
A veces me lamento por los momentos
perdidos, porque siempre hay alguien que se aparta, que se va un ratito y se
pierde algo mágico; y, esa generalmente soy yo; más no lamento, ni un segundo
de mi vida, haber vistos sus sonrisas.
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